PRÓLOGO



( Extracto del prólogo de Virgilio Tortosa )




DECIR/SE PARA VOLVER A INSCRIBIR/SE


El lenguaje lo carga el diablo. Desgastado por su propia deriva histórica hace tiempo que ha dejado de significar a la manera convencional como lo utilizamos normalmente (‘automatizada’ como dijeran los formalistas rusos): no podemos olvidar que la poesía oficial o canónica desde los ochenta cayó en las vías muertas de su ‘normalidad’ que se volvió subnormalidad (en buena parte de los casos) por no dejar margen de maniobra para el discurso subversivo, crítico, experimentador... extirpado o derivado a la periferia del ecosistema cultural de nuestro tiempo, aquejado por el penoso lastre que impone la presión normalizante del discurso poético en nuestras lides.El encadenamiento histórico del lenguaje por inercia, decíamos, uso y abuso, tergiversa el sentido de las palabras hasta conseguir subyugarlas a una lógica bienpensante. Sabedor de ello, su autor no pretende otra cosa sino una compleja labor de zapa levantándole la piel al/del lenguaje para entrever sus costuras y pliegues, su revés, y comenzar así a nombrar de nuevo el mundo desde cero generando un nuevo orden, libre ya de esas viejas ataduras e incontrolable al poder, para lo que se hace escurridizo como grasa animal y líquido como agua capaz de colmar toda sed. Toda una subversión del orden establecido desplegada a lo largo del poemario desde su estrato más primario y la materia básica del poeta: el lenguaje. Es, pues, la escritura de José Ramón Otero Roko una labor permanente de dinamitado del lenguaje, minando a cada cruce sus posibilidades sígnicas y volviéndolas a generar bajo una nueva significancia, ahora libertaria, ácrata, y sin más reglas que su sola combinatoria: no en vano será el orden de las palabras y su ritmo el que generen toda la fuerza sígnica/significativa del poema en una deconstrucción (y posterior reconstrucción) perpetua. Es por eso que disloca toda gramática al uso, subvierte sintaxis (cruce imposible de estructuras), desreglamenta léxico (mezcla palabras creando un nuevo léxico a través de combinatoria audaz mediante el portento de su fricción fónica, transgrede campos semánticos, desaparece repentinamente palabras) trastoca concordancias generando discordancias, altera puntuación, trampea acentuación imposible, coquetea con mayúsculas caprichosas, encabalga versos y parte azarosamente a final de verso palabras, altera imposibles formas personales del verbo, preposiciones... Si una de las características históricas de la poesía de todos los tiempos fue su sonoridad o fonación, el poemario saca partido a toda ambigüedad posible que genera el “decir” del verso oralmente a través de una resemantización según la pronunciación versicular, provocando un ramillete de posibilidades sígnicas que en cualquier caso eluden toda monosemia; tal es el caso de “abría” que puede ser perfectamente “habría”, o “Í vamos” puede ser según convenga “Y vamos” o bien “Íbamos”, u “hoyo” puede ser “o yo”, o “de talle” pasa a “detalle”, o “en su vida” se puede convertir en “en subida”, o “en lo que le es” puede llegar a ser “en lo que lees”, pero también otras más dificultosas como “envidia o muerte” para poder significar “en vida o muerte”, “ves / o” que puede convertirse en “beso”, “se” que puede tener la doble acepción semántica según verbos “ser” o “saber”, o “se vahacia el vacío” que puede significar “se va hacia el vacío” aunque también “se vacía el vacío”, o “y a / l fin” que puede significar “ya al fin”, o “que se entiendo” que pasa a significar “que sintiendo”, etc., etc. Ya no es tiempo de esperantos universalizadores sino de locales distorsiones al calor de la lumbre al acampar en la montaña. Es obvio que el presente artefacto no está pensado para miradas complacientes y lectores convencionales porque los ahuyenta a primeras obligando a repensar todos los órdenes de la escritura, obligando a romper todas las camisas de fuerza que como lectores nos hemos ido (im)poniendo, obligando a abandonar como lastre todos cuantos prejuicios nos conforman como lectores en la antesala de su umbral de La falta de lectura. Excesivo o necesario, según se mire, reto para una sociedad medida por el rasero de su simplificación normalizadora (y/o imbecilizadora llegado el caso).Todo lenguaje opaca siempre más que licúa, transparenta como el barro y espesa como el agua. Sabedor de esa fragilidad, la poesía de Roko evidencia el poder líquido de las palabras siempre escurridizas como torrente de manantial en busca de su lecho, inasequibles al desaliento e imposibles de cualquier doma a toda lógica humana: la poesía no es otra cosa sino la tensión entre el orden y el caos de esa (a)lógica lingüística a que la naturaleza humana nos ha dotado desde bien atrás. La poesía esconde más que muestra, vela más que revela, y la realidad se nos muestra siempre sospechosa: el lenguaje es puro cegamiento dijera Gadamer, y en ésas estamos poniendo ojos a los cuerpos con los que percibir nuevamente. De escribir por primera vez esa realidad se trata en esta La falta de lectura, volviéndola a nombrar, por esta vez de un modo original por nuevo, como si fuera la originaria: un signo virginal capaz de hacernos temblar nuevamente como si fuera el primero de los tiempos. Acaso sea ése el único reto posible de la poesía en este nuevo siglo: nombrar lo imposible. Para obviedades ya están los otros discursos de nuestra realidad, incluida una parte sustancial de la publicidad y del cine que nos llega, pero también de la narrativa y del teatro que triunfan; en cambio, la poesía puede llegar a ser, debe serlo por su vocación marginal y por una ubicación liminar tan singular en la actual sociedad, ese espacio diferencial de libertad absoluta como la concibe el creador de estos versos.Por eso el lenguaje nunca refleja, por más que se pretenda, la realidad sino que en todo caso la refracta (“la realidad hecha de la ruina del lenguaje” [11]). En un pasado lejano se quiso posesión pero nada más lejos en plena modernidad sino desposesión traumática de su hablante: “Todo se vacía en lugar de lo escrito” (8). Lo creemos dominar (existen técnicas como la oratoria, la retórica y la poética en el caso que nos convoca) pero en realidad nos domina él a nosotros. Quizá por eso, sabedor de ello, su autor no coquetea con todos estos fenómenos marca de la vieja lírica desde su origen mismamente, sino que la entrega enjuta, crujiente y forzada para su fin nominativo originario. Y elige como estrategia lingüística la destrucción por nueva forma de construcción. Un ejemplo de dicha de(con)strucción virulenta ejercida en el interior del poema será el titulado «Continuidad de z e r o» que dice: “El silencio le /e le tras a letr / a palabra / s a / palabr /as.” (44), y del que no nos resulta difícil reconstruir su orden normalizado “El silencio lee / letras a letra / palabras a palabras.” (como ocurre en el atropellado “menost uenel espejo” (61), etc.), pero donde más difícil resulta generar el orden oculto con el que pretende crear las claves de lectura el poema a partir de un juego matemático que lo sustenta (tras esa desestructuración lingüística), al ser la «a» (de «letra») última letra de esa palabra al tiempo que primera letra del alfabeto, y por eso singularizada en el poema (cual preposición) a principios de tercer verso, del cual se vuelve a caer la letra «s» final de («palabra») como segunda de a bordo en cualquier letra (por generar su plural), de lo cual deducimos un orden oculto connotado en el que el poema nos indica que «leer» «tras» «as» (primera y segunda letras) es generar, a resultas, una «Continuidad de zero». Cabe añadir que el frecuente juego de discordancia de número (combinatoria de singulares y plurales) no pretende sino afirmar la singularidad del acto vital, tal cual el lenguaje, bien que lo consensuemos y validemos socialmente para legitimarlo: En «Volver» se habla de “La palabras / las palabra”; una sustracción del plural en ciertas palabras para resignificarlas.Decir es el acto supremo humano; acto potencial de construirse pero impotente mascarada de quien se “borra” en el acto de “nombrarse” como nos dice el poema «Peso de un niño», porque su densidad es precisamente la de lo que se sabe proyecto de futuro sin más peso específico (25), porque las palabras se quedan siempre desoladas, heridas por la impotencia de lo que nombran y no poseen: quizá por eso “todo lo que escribe / escribe contra Uno” (34). Y nombrarse es el lugar de la desposesión perpetua, como nos recuerda el verso “No ha lugar Que yo nombre” para luego sentenciar “Quedo Del otro lado Nadie Fuera...” (66). El lugar de la ausencia de identidad, también pasto del lenguaje: “Qué me llama yo” (72) dirá en los versos finales del poemario. Siendo artefacto lingüístico el poema, su lenguaje evidencia las trampas y embustes continuos de los que no hay escapatoria sino pura deriva: “Entregado entre / Un sentido errado, herrado / Entre un si o / O un nos” (41). Una ceguera (la del lenguaje) “halla o no haya / luz, si sonámbulo te acompañas” bien que antes el sujeto poético haya aclarado “que no comprendo aquello que no / digo”, porque como comienza el poema «Mirada escrita de los ciegos» “nos lo enseñan todo las palabras, todo / como ocultan sumidas subsumidas en su / nombre propio, ensimismadas tanto / en lo visible como tampoco has de re /clamarlas grito decir luz gritar grito” (38). Motivo por el que la poesía se halla en el entretanto, en el camino hacia el decir sin pronunciar: “nada solo está perdido, está vacío entre / las voces entre las palabras silencio fuera” (12). Como sombras que acechan, el lenguaje siempre se nos vuelve en contra nuestra como pesadilla en persecución: “Temes las letras. / V / Mas a la muerte,” (7), esto es: “Temes las letras. / Vas / a la muerte” pero al tiempo “Temes las letras / Más a la muerte,”.Un juego de sístole y diástole que derruye y construye simultáneamente evidenciando esas trampas taimadoras del lenguaje y proponiendo un modo diferente y un orden del discurso alternativo al uso normativo: el discurso poético es un juego, lingüístico, pero juego deconstruido y sin reglas acaso. Allí donde se ensanchan sus posibilidades y comienza toda vida tras su umbral.




- Virgilio Tortosa

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